Desde          los marcapasos construidos con materiales que se asemejan tanto a los          tejidos humanos que el cuerpo de un paciente no puede discernir la          diferencia, hasta los dispositivos que imponen un desvío en la médula          espinal dañada para restaurar la capacidad de movimiento a los miembros          paralizados, las posibilidades presentadas por la electrónica orgánica          parecen algo sacado de una novela de ciencia-ficción.  
       
        Derivados de compuestos basados en el carbono (de ahí el término          "orgánico"), estos materiales electrónicos "blandos" son valorados como          alternativas ligeras, flexibles y de fácil procesamiento, frente a los          componentes electrónicos "duros" como los cables metálicos o los          semiconductores de silicio. Y tal como sucede con la industria de los          semiconductores, en la que se está llevando a cabo una intensa actividad          de desarrollo de transistores más y más pequeños, también en el naciente          sector de la electrónica orgánica están siendo ideadas maneras de          encoger las dimensiones de sus dispositivos, para que puedan utilizarse          mejor en las aplicaciones bioelectrónicas.
       
        Con este fin, John D. Tovar y otros químicos de la Universidad Johns          Hopkins han creado materiales electrónicos solubles en agua que pueden          autoensamblarse espontáneamente en cables mucho más finos que un cabello          humano.
          Estos componentes son de un tamaño lo bastante pequeño como para poder          asociarse íntimamente con las células, lo que los hace idóneos para          aplicaciones biomédicas.
       
        La vía de investigación que se abre ahora ante los científicos les          llevará en los próximos años a comprobar si es posible usar estos          materiales para conducir la corriente eléctrica en la escala          nanométrica, y si se les puede utilizar para regular la comunicación          entre células como un preludio para el rediseño de redes neuronales o          las médulas espinales dañadas.
       
        El equipo usó como modelo para su nuevo material los principios de          autoensamblaje que subyacen en la formación de las placas de          beta-amiloide, que son los depósitos proteicos frecuentemente asociados          con la enfermedad de Alzheimer. Esto hace surgir otra posibilidad: que          estos nuevos materiales electrónicos puedan en el futuro demostrar ser          útiles para obtener imágenes de la formación de estas placas.
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